Cuando venía de la escuela 
y alguien le quitaba un medio al niño, 
su padre le pegaba haciéndolo salir: 
tenía que romperle la cara sin llorar. 
Si se ponía a dibujar, 
sus casas y soles le hacía trizas: 
los machos juegan a las bolas y a pelear: 
búscate un papalote y deja de soñar. 
No pudo decir que tuvo miedo, 
no pudo decir que le dolía, 
no pudo decir que era salvaje lo que hacía. 
No pudo llorar como pensaba, 
no pudo pedir ayuda alguna, 
no pudo sino tragar en seco su amargura. 
¿Quién? 
¿Quién tiene un hijo en las entrañas? 
¿Quién le esta dando el desayuno 
para cobrárselo mañana? 
¿Quién juguetea con la alquimia? 
¿Quién quiere fabricar cerebros 
y sólo está sembrando muertos? 
¿Quién? 
Y la erosión le trajo un sexo 
y una presencia ante la vida 
sellados por un fuerte cordón umbilical, 
pues por su filiación sexual le juzgarán. 
Hoy los archivos se desbordan 
de sicopatías y prejuicios, 
de mutiladas fantasías del horror, 
de remendados en la frente y el amor. 
De nada le sirve ser amigo, 
de nada le sirve ser hermano: 
el sexo es el juez universal del ser humano. 
Y si eres mujer no pidas ni agua 
si cambias de hombre por semana: 
el odio te sigue, inevitable, cama a cama. 
¿Quién? 
¿Quién tiene un hijo en las entrañas? 
¿Quién le esta dando el desayuno 
para cobrárselo mañana? 
¿Quién juguetea con la alquimia? 
¿Quién quiere fabricar cerebros 
y sólo está sembrando muertos? 
¿Quién? 
¿Quién? 
¿Quién? 
¿Quién?